sábado, 15 de agosto de 2009

LA PREGUNTA

ESTE CUENTO PERTENECE AL LIBRO 'MUNDOS POSIBLES' de NORMA SPINELLI, EDITADO POR MAITÉN, QUE FUE PRESENTADO EN EL SALÓN AUDITORIO DE LA HONORABLE CÁMARA DE DIPUTADOS DEL CONGRESO DE LA NACIÓN.

Los gorriones abrieron vuelo y flotaron un instante en el aire del medio día, ajenos a la realidad.
A pocos metros habían peleado unos muchachos. Ahora la policía se llevaba un cadáver y un herido.
Marina vio pasar a la gente que gritaba o lloraba, mientras esperaba junto a la canilla del barrio, que se llenara su latón.
Los miraba con ojos de adivinar lo que no entendía, desde su carita arrugada de fatiga.
Con esfuerzo levantó el recipiente. Penosamente lo arrastró internado los pies lastimados, por las míseras callejuelas, que entre destartaladas casillas, emanaban ese tufo que surgía de la tierra, mil veces empapada de orinas. Ese vaho de pantano que jamás podría olvidar y ahora, cuando su madre acababa de morir, era el único abrazo que sentía.
Los chicos la miraban en silencio, con ojos turbados por la resignación embrutecida. Los otros chicos tampoco jugaban. Apenas se desplazaban entre el desorden del basural vecino, rebuscando una oportunidad de ganancia.
Algunos salían a robar. Otros se acurrucaban contra algún muro y olían empecinadamente pegamento.
Al entrar en la casilla le pareció ver a su madre, tal como en la infancia, segura y feliz; cantando por los cuartos de una casa limpia y preparando comida. Pero duró un segundo.
Su padre había salido a buscar trabajo, como todos los días. Ella se echó en un rincón y comenzó la espera (la mitad de un día es mucho tiempo)
El padre estaba lejos. Había recorrido la ciudad durante muchos días. Había ido de puerta en puerta, ofreciendose a cualquier precio. Había prometido sus brazos, sus manos, todo su ser para cualquier tarea.
En la casilla, desde tres días atrás, no había más que un poco de pan duro y el agua que Marina recogiera.
Tres noches había regresado con las manos vacías. Tres veces había bajado la mirada, para no ver los ojos de la hija.
Con voz trémula le prometió pan fresco para mañana, y Marina creyó en su promesa.
El día siguiente se repitió, obedeciendo a un siniestro plan, vaya a saber por qué diabólica mente pensado.
Al caer la tarde, Marina miró por el ventanuco. Una atmósfera amarilla llegaba desde lo alto, atravesaba los vapores transparentes que subían desde el basural, hasta un poco por encima de la soledad de los techos. Más arriba, nubes de oro bordeadas de cobres y pùrpuras, henchidas y prontas a estallar, acaparaban el cielo.
Bastante lejos, paralelos al muro de la fábrica abandonada, una fila de árboles jóvenes, daba la ilusión de frescor.
La calle de su casa se hundía en el barrio, caracoleando un trazado ejecutado con premura de asalto.
Un continuo zumbido de colmena envolvía al mundo.
Primero sintió el ardor, luego el intenso dolor del vientre. La fiebre comenzó a apoderarse de ella, como todos los atardeceres.
Dijo una oración para su madre.
Cerró de golpe la noche, y fue noche sin luna y sin estrellas.
Encendió el resto de una vela.
Se sentó sobre el jergón que le servía de cama. Pensó mirando la llama que agonizaba. Pensó. No sé qué cosas, pero debían ser muy difíciles, por la intensidad con que se reflejaban,en su rostro de anciana de ocho años.
Miró las cosas tan feas. Toda la vergüenza de la casilla.
Oyó un disparo.
Un perro ladró a la muerte.
Después de un rato, levantando la deshilachada cortina que hacía de puerta, la vecina le anunciö: "A tu padre lo mató un cabo. Asaltó a una pareja"
En otro tiempo tenía miedo a la soledad. Ahora todo era igual.
Miró fijamente a la mujer y sólo preguntó: "¿Por qué tenemos hambre?"