sábado, 23 de mayo de 2009

Tríptico - Allí Esperaba



Tríptico es en mi opinión una obra singular por su concepción y ciertamente plural, por su contenido.

Asi comienza diciendo Norma Spinelli en el prólogo del libro de cuentos, compartido por tres autores, editado por "Mis Escritos" en mayo de 2009, compuesto por 35 cuentos.

Uno de los cuentos de Norma Spinelli:

Allí Esperaba

Apenas permanece en la memoria de los viejos pobladores. En estos tiempos talvez el episodio no conmueva. Yo no lo olvido y aunque he perdido detalles, a veces me parece que acaba de suceder.
“¡Volvemos esta noche a Buenos Aires!” le anuncié a mi mujer. “¡Total, aquí no pasa nada!” Después reflexioné: ¿Me voy a ir sin recorrer el campo?
Había llegado al pueblo para vender unas tierras heredadas…pero también, para revisar el viejo casco, por si la codicia de mis parientes hubiese olvidado algo.
Mi recuerdo es éste:
Atravieso el pueblo. A unos diez kilómetros salgo de la ruta. Tomo un camino polvoriento. La plenitud desierta de la pampa, el agobio de la siesta, el verano que envuelve en su fuego, me hacen vulnerable…
Detengo el auto. Del ámbito emana soledad. No hay sonidos. Hasta el color del campo está lleno de silencio. Espero.
Observo la distancia. Me asalta la inquietud de no estar recorriendo el paisaje, sino que su monotonía me recorre.
Desciendo y me refugio bajo un aguaribay. Siento en la piel la frescura de la sombra. La mirada corre libremente hasta encontrar a lo lejos el antiguo caserón. Me voy acercando. Percibo la cólera amarilla de la luz aplastando el muro frontal.
Me invitan recuerdos de infancia… patios interiores, brocal de agua fresca, glicinas, algún perro adormecido… Veo todo como fuera del tiempo, temblando en la reverberación del verano.
La casa conserva algunos trastos… Hasta de la pintura descascarada brotan soledad y silencio. La mesa inevitable, se desdobla en larga sombra vagamente desvaída y ésta se funde en la oscuridad de un rincón, donde envuelta en negro sayal, cubierta la cabeza, me sorprende una presencia. Nada lo indica, pero sé que es una mujer muy vieja. “Tanto como el tiempo” me digo... Siento el frío de su mirada hueca.
Pienso con rapidez algo para explicarle…porqué entré sin llamar…que soy heredero…y el calor…que en realidad…
No responde. Ni siquiera escucha. Pero sé que me esperaba.
Todo ocurre en una dimensión que vuelve absurdo cualquier procedimiento de contacto. Nada digo. Aguardo sin saber qué.
“Luciano” Dice con voz irreal.
Quiero decirle que no soy él. “¡Luciano!” Insiste sin permitirlo…”Sara no escapó esa noche, la mató Damián Pereda…Está sepultada en el patio trasero”
Quiero hablar…pero el sol, el sol de fuego, comienza a iluminar el rincón, donde ya no hay más que un antiguo escaño vacío.
Corro hacia el automóvil. Quiero huir. Engancho el zapato en una raíz y resbalo en el zanjón. La voz me persigue: “¡Luciaaano!”

Regresé al pueblo desorientado.
Ni mi esposa ni los demás atinaron a creerme. Dijeron que me insolé…que el calor…
Por pura deferencia hacia el Juez de Paz -amigo de mi familia al que recurrí- levantaron al fin las deterioradas baldosas…
Allí estaba Sara, después de treinta años, envuelta en los harapos de su traje de novia.

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